Estos días grises del otoño me ponen triste… La naturaleza y José Luis Perales

José Luis Perales es un cantautor conocido sobre todo por su faceta romántica, pasando más desapercibido su lado social. Sobre él siempre ha pesado la complicada diferenciación o equilibrio entre lo delicado y lo «moñas», lo romántico y lo sentimentaloide, y eso se ha reflejado en el ardor con que lo defienden sus admiradores… y la saña con que se aplican los detractores. Tampoco su apariencia y performance en los escenarios le ayudaron mucho. Este texto, que ha pasado a formar parte del imaginario cultural hispanohablante, sirve de buena muestra:

¿Y cómo es él?
¿En qué lugar se enamoró de ti?
¿De dónde es?
¿A qué dedica el tiempo libre?
Pregúntale,
¿Por qué ha robado un trozo de mi vida?
Es un ladrón, que me ha robado todo
(¿Y cómo es él?)

De hecho, hasta el propio Perales no pudo escaparse de la propia canción, pues parece ser que su mujer no se la tomó muy bien, teniendo que aclarar públicamente que se refería una hija que acababa de echarse novio formal.

Perales también es conocido por su faceta de compositor de artistas como Miguel Bosé (Morir de amor), Mocedades (Le llamaban loca), Raphael, Rocío Jurado, Isabel Pantoja o Jeanette (la excelente Por qué te vas, de la que, según Wikipedia, hay más de 40 versiones). Engancha así con los excelentes cantautores de su época, Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute y Víctor Manuel, por citar algunos (Joaquín Sabina, aunque prácticamente coetáneo, empezó su carrera más tarde) que además de su carrera en solitario, fueron compositores de éxito para otros cantantes.

Aunque hay una evolución musical en su carrera (de canción típica de cantautor a canción melódica) sus letras son bastante sencillas y profundas y en ellas la naturaleza y sus elementos juegan un papel fundamental para reflejar los estados de ánimos y las intenciones poéticas y musicales del cantante. Recuerda mucho, en este sentido, a Antonio Machado:

Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?[…]
-La tarde cayendo está-.
«En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
ya no siento el corazón.
(Yo voy soñando caminos, A. Machado)

***

Dices que paso las horas
oyendo el viento soplar…
Pregúntales a los pájaros
que alegran mi caminar.
(Dices que soy hombre triste)

Tal vez Dices que soy hombre triste sea su canción más propiamente machadiana, donde la naturaleza es contemplada buscando una sintonía con el interior, no sabiéndose si el exterior es lo que contribuye al propio ánimo o a la inversa, si es la disposición íntima la que proyecta sus sentimientos en lo que se tiene delante:

Dices que soy hombre triste,
que llora mi corazón…
Y es que yo encuentro mi mundo
en mi pequeño rincón.

Pero también cuando las cosas van bien, cuando el cantante está enamorado y es correspondido, la naturaleza siempre está presente:

El amor
es una boca con sabor a miel,
es una lluvia en el atardecer,
es un paraguas para dos
(El amor)

La añoranza encuentra asimismo su expresión natural:

Como arrastra el viento aquellas hojas,
como llueve hoy
y que torpe vuela por el cielo
ese gorrión.
Se han quedado mudos esos nidos
de golondrinas[…]
Estos días grises del otoño
me ponen triste
y al calor del fuego de mi hoguera,
te recuerdo hoy
(Canción de otoño)

Como no podría ser de otra manera, la pérdida del amor, algo con lo que el ser humano suele identificarse más fácilmente:

No resulta fácil
inventarse un beso
Ni esa playa blanca
que era nuestro lecho […]
No hay primavera que me arrastre
hasta sus flores
ni cantan en mi huerto
los ruiseñores.
(No resulta fácil)

Y un perro, que podría ser descendiente del perro de Lázaro en el Evangelio y de Rocroi en Pérez-Reverte, acompaña y consuela al muchacho al que una chica acaba de dejar:

Te pones a llorar, no sabes bien por qué
muchacho solitario de mi calle.
Te alejas en silencio,
un perro va lamiéndote los pies…
(Muchacho solitario)

Y finalmente, como en la Penélope de Homero y Serrat, o la mujer de El muelle de San Blás de Maná, alguien tal vez pierda su vida en una espera sin esperanza (aunque se acabe convirtiendo en todo un experto en botánica):

Pasó la primavera y el verano,
las lluvias del otoño y del invierno
la nieve en las montañas.
Entró tímidamente y sin permiso
el sol por las ventanas.

Crecía hierbabuena en el camino,
seguía en el rincón el sauce y el ciprés
y en esa sombra fresca un avellano
en los ribazos, lirios y azucenas
y en el patio, naranjos.

Aroma de geranio en los balcones
y en la puerta el rosal de rosas nuevas
volvió a vestir su traje de domingo
en cada primavera.
(La espera)

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